domingo, 15 de abril de 2007

ESTUDIO DE LAS TRAZAS HISTÓRICO-CRIMINOLÓGICAS DE LAS CAUSAS DEL HECHO DELINCUENCIAL

ESTUDIO DE LAS TRAZAS HISTÓRICO-CRIMINOLÓGICAS DE LAS CAUSAS DEL HECHO DELINCUENCIAL

La polémica clásica, que continúa todavía viva en nuestros días, de las causas de la conducta criminal han dividido siempre a los científicos (citogenetistas y especialistas en medicina legal), a los juristas y especialistas del derecho, y a los de la ciencia policial; existiendo corrientes en cada una de estas profesiones. Básicamente existen dos grandes grupos: los que consideran que las causas están en el medio ambiente en que se desarrolla el individuo y los que piensan que el sujeto nace con ciertas taras genéticas. El delincuente entonces, ¿nace o se hace?
¿Como entender las motivaciones de un criminal o que explicaciones tiene un asesinato; porque un ciudadano, de aparente personalidad tranquila, repentinamente puede llegar a transformarse en un asesino?
¿Que explicaciones tenemos para la maldad humana, para la violencia irracional, para la perversidad gratuita que muchas veces impregna la conducta de algunos de nuestros semejantes que llega a asustarnos?
Desde los albores de la humanidad, se han producido hechos independientes que nos confirmarían el gran interés de los hombres por el crimen y sus circunstancias, que además certifican que dicha exteriorización no es sólo del periodo contemporáneo. Ya en el libro sagrado de la Biblia, podemos encontrar el primer asesinato premeditado de Caín sobre Abel.
Otras evidencias señalan en libros antiguos este remoto fenómeno humano: Así, en el Código Hahmurabi de Mesopotamia (año 1686 a.C.) se especifican las primeras normas jurídicas, antecesoras de la normativa penal moderna, con la intención primaria de dar una solución a las muertes violentas. Otros rastros del devenir humano nos señalan como en Egipto se extraían los incisivos de los criminales para su identificación.
Además de en su mitología, en la Grecia clásica, se nos presentan numerosas manifestaciones y sangrientas transgresiones contra la vida humana independiente o contra el derecho vigente. Sócrates, por ejemplo, estableció el perfil del delincuente nato, formulando celebres frases sobre el tema, tales como: "El hombre malvado no lo es por nacimiento, sino por falta de cultura". También Arquímedes nos relata la famosa estafa de la corona de oro que el monarca de Siracusa, Ieron había ordenado fabricar y como el orfebre que se contrató quiso engañar al rey, haciendo una falsa corona con una aleación inferior y de escaso oro. Arquímedes, para demostrar el camelo, haciendo gala de su inteligencia, sumergió en una tina llena de agua la falsa joya, probando el engaño, al producirse la oxidación de la misma.
El largo y oscuro periodo histórico de la la Edad Media, que representó un retroceso del humanismo occidental , supuso para la investigación delincuencial, el que las ciencias ocultas y las confesiones religiosas (sobre todo la cristiana) se dedicasen a establecer los orígenes y las causas de la criminalidad: La quiromancia trataba de saber el carácter de una persona analizando la palma de la mano; la astrología, analizando los signos del zodiaco elaboró numerosas tesis sobre el temperamento de las personas y su incidencia en el el crimen, en función del día o la hora de su nacimiento.
Entonces también proliferó la demonología, que consistía en el establecimiento de la teoría que explicaría la dualidad humana: "El ser humano estaría influenciado por dos tipos de divinidades superiores antagónicos (el Bien y el Mal)". De esta forma el Mal intervendría sobre el hombre, poseyéndolo y tentándolo a cometer actos ilícito-penales o simplemente contra la moral dominante de cada espacio temporal o geográfico. Es decir el fondo del delito se encontraba en el pecado.
Esta paraciencia establecía que el comportamiento humano estaría determinado por voluntades y que estas están volcadas a satisfacer los placeres. Voluntades que pueden ser perversas. Pensaban los demonólogos que tenemos unos demonios en nuestras almas que nos conducen a la maldad y por tanto la perversión es obra del demonio. Que hay tres tipos de demonios: Aquellos que procuran enfermar a la propia persona, induciéndola pensamientos o actos espurios o depravantes. Otros demonios harían que los afectados irradiasen mal a las personas, animales y cosas que estuviesen en su campo de acción y por último existirían otros demonios que imprimirían ideas de ambición, avaricia, egoísmo, vanidad; provocando que el individuo poseído tuviese propósitos de dominar y explotar a sus semejantes.
Según esta teoría, entre un adolescente destructivo y un adulto criminal habría un denominador común: una voluntad perversa.
Estos planteamientos criminalísticos basados en la demonología y la brujería tuvieron gran importancia en los siglos XIV y XV. De hay que la Inquisición interviniese, desencadenándose la mayor caza de brujas de la historia, donde perecieron además de los delincuentes comunes, muchos desequilibrados psíquicos, y gran cantidad de inocentes que eran expuestos a un proceso que perseguía únicamente la confesión del culpable de herejía, brujería, inducción o posesión; con bárbaros métodos de tortura física y psíquica. Afortunadamente hoy día, dicho planteamiento del delito y de su autor, ha quedado desfasado desde hace mucho tiempo.
A continuación de esta fase histórica oscura del delito, que puede calificarse de anticientífica, llegó la que podríamos denominar pre-científica, iniciándose en el s. XVI con tres tendencias diferentes:
La utopía: que analizó la relación entre el crimen y las situación socioeconómica del delincuente y su víctima (cultura, conflictos bélicos, marginalidad, etc.); proponiendo el cambio del sistema penitenciario, tratando de mitigar los castigos y creando un sistema de derecho premial, paralelo al derecho penal; es decir junto al castigo de los criminales existirían premios para los ciudadanos honrados.
La Ilustración: Esta corriente trató de establecer la asociación de todos los ciudadanos, como punto de partida para exigir la legitimidad de que sean estos los que establezcan sus normas de convivencia. Es decir, esta corriente parte del PRINCIPIO DE LEGALIDAD , (todavía plenamente vigente) o lo que es lo mismo, que no se podrá castigar a ningún sujeto a ninguna pena, si previamente la misma no ha sido legislada; y del mismo modo nadie podrá ser condenado por un acto, si este anteriormente no se encuentra recogido en el ordenamiento jurídico. Esta corriente, empezó a considerar que sólo debían castigarse los hechos que fuesen verdaderamente perjudiciales para la sociedad y que las normas debían ser conocidas por toda la ciudadanía, por lo que debían ser claras y precisas, (algo que desafortunadamente, no siempre tiene en cuenta el legislador actual). este anteriormente no se encuentra recogido en el ordenamiento jurídico. Esta corriente, empezó a considerar que sólo debían castigarse los hechos que fuesen verdaderamente perjudiciales para la sociedad y que las normas debían ser conocidas por toda la ciudadanía, por lo que debían ser claras y precisas, (algo que desafortunadamente, no siempre tiene en cuenta el legislador actual).
La corriente clásica, formula una serie de postulados que parten del contrato social. Así establece que el delito no es algo inexplicable, sino que encuentra su sentido de ser en una sociedad de clases desigual. Creen que el delincuente es una persona normal y libre que hace un mal uso de su libertad, decantándose por apartarse de la sociedad por el camino del crimen. Por ello sostiene esta teoría que la pena sólo debe cumplir una finalidad: la reinserción social.
El paso evolutivo pondría posteriormente de moda las corrientes multidisciplinarias (forenses, psiquiatras, biólogos, etc.) que querrían establecer el perfil del delincuente con algún factor común que explicase su condición. Destacan los estudios sobre fisonomía, que trata sobre la apariencia externa de cada ser humano y su conexión con lo somático y lo psíquico. Famosa es la frase de Montesquieu, cuando condenaba a un delincuente: "vistos los testigos de cargo y descargo, y tu cara y tus orejas, yo te condeno...". La palabra "malhechor", viene de ahí: persona mal constituida.
La frenología, una "ciencia" un poco más científica, puede considerarse la antecesora de la neuropsiquiatría. Los frenólogos defienden la teoría de la localización; es decir, que cada función anímica tiene un origen orgánico en el cerebro e incluso se pueden observar determinados signos externos examinando el cráneo humano. Con ello se podría trazar un mapa cerebral provisto de 38 regiones en dónde se localizarían unas facultades anímicas de la persona debido a un mayor desarrollo de esas malformaciones. Galí y sus discípulos interpretaron la forma del cráneo y las modificaciones de su superficie como íntimamente relacionadas con los caracteres, tendencias y habilidades del sujeto, pretendiendo predecir cuál iba a ser su futuro simplemente por la exploración y palpación del cráneo. Los descubrimientos de la neurofisiología desvanecieron toda esperanza de sostener aquellas ideas.
La teoría de Quetelet, utilizada todavía hoy por los estudiosos criminológicos, estableció las leyes térmicas. Quetelet sostenía que los delitos no se producen en número regular a lo largo de todo el año. El establecimiento de esta relación de forma indirecta relacionado con los distintos hábitos que se generan a lo largo del año. Según él, en invierno se cometerían mas delitos contra el patrimonio que en verano, así como los delitos contra las personas, aumentan en los meses cálidos, ya que el calor agobiante aumenta la presión; o que los delitos sexuales se producirían sobre todo durante la primavera. Él consideró que los factores de tipo social se efectuaban como rebrote de los delitos sexuales.
Partiendo de la teoría de que el ser humano nace con una predisposición para el bien y para el mal, por tanto para el crimen, la corriente del positivismo significó la aplicación científica a la criminología. Creen los positivistas que el delincuente nace ya con una serie de alteraciones congénitas, que evolucionan posteriormente de distinta forma. Lombroso, al que se considera el padre del positivismo, supuso un hito en el siglo pasado con su obra "El hombre criminal" o el criminal nato. Este investigador efectuó un análisis antropológico a un grupo de delincuentes ejecutados a muerte, encontrando en ellos determinadas malformaciones craneales, que fueron comparadas con seres primitivos, estableciendo una conexión directa entre dichas malformaciones craneales y determinados tipos de una desviada personalidad.
En el s. XIX nacieron dos escuelas de pensamiento positivista: La escuela de Lyon, con el profesor Pasteur como cabeza visible, consideraba al delincuente un ser inofensivo, al igual que los microbios, que si encuentra un campo de cultivo o entorno adecuado, hace germinar al criminal, convirtiéndose la predisposición primaria en una aptitud como delincuente.
Las tesis de Lombroso y los que le siguieron, se fueron apagando con los nuevos descubrimientos de las ciencias médicas y hoy son nada más que un recuerdo histórico. Pero siguiendo la cronología histórica de la criminología, hay que decir que en pleno s.XX, nacen las teorías derivadas de las investigaciones antropológicas de la Escuela Positivista, que pretenden demostrar la relación entre determinados factores constitucionales y la criminalidad: La biotipología pretendería efectuar esas mismas conexiones, pero tratando de establecer correlaciones entre las características físicas de los individuos y los tipos psíquicos o los rasgos psicológicos. Estudios realizados en EE.UU. por Sheldom, utilizando datos que le proporciona la embriología, elaboró una serie de rasgos corporales que pretende relacionar las características psíquicas o temperamentales. Se basa en el estudio de una de las primeras células embrionarias, el blastodermo, que se presenta en tres capas, dando lugar a tres tipos de sujetos:
Endomorfos: serían aquellos que tienen más desarrollada la primera capa (endodermo), que evidencian una estructura somática o corporal débil y las vísceras muy desarrolladas, con tendencia a la gordura y a las formas redondeadas. Los rasgos temperamentales específicos muestran un carácter amable, extrovertido, sociable, cómodo...
Mesomorfos: aquellos que tienen más desarrollada la segunda capa (mesodermo), personas fuertes con peso específico elevado, resistentes. Su tipo psíquico es agresivo, enérgico, osado, valiente, inestable y ambicioso.
Ectomorfos: aquellos con la tercera capa (ectodermo) más desarrollada, personas de cuerpo alargado, con extremidades delgadas y afiladas, finas y poco resistentes. Su tipo psíquico es introvertido, hipersensible, intelectual, desordenado, y con tendencia a la depresión.
Sheldom llega a la conclusión de que en el grupo del tipo mesomórficos hay un predominio de criminales debido a su gran musculatura y temperamento agresivo; presentando cierta tendencia a verse involucrados en delitos pasionales.
La endocrinología ha tratado de reconducir el comportamiento humano general y el criminal en particular a procesos hormonales, de tal forma que cuando aparecen determinadas disfunciones anormales se pueden producir cambios temperamentales debido a la conexión que existe entre el sistema hormonal y el sistema neurovegetativo, responsables de la vida instintivo-afectiva, habiéndose hecho importantes investigaciones centradas en el estudio de dos glándulas: la tiroides y las gónadas o glándulas sexuales. La tiroides segrega la hormona tiroxina (acelerador biológico) que activa o estimula los diferentes sistemas (nervioso, circulatorio, respiratorio, etc.) de ahí que cuando surgen disfunciones de esta glándula, como el hipertiroidismo se produzcan cambios físicos y psíquicos: taquicardia, pérdida de peso, excitación, agresividad... En muchos delincuentes violentos se ha notado hipertiroidismo.
Las glándulas sexuales son las responsables de la elaboración de una serie de hormonas, en concreto en el hombre los testículos producen testosterona (acelerador biológico), con efectos estimulantes, y en la mujer los ovarios producen la progesterona, de efectos tranquilizantes.
En los últimos años, en el marco de la delincuencia agresiva y sexual se han desarrollado exploraciones científicas sobre la relación en los niveles de testosterona y el comportamiento criminal masculino, ya que en unos estudios realizados en EE.UU. se ha comprobado que los presidiarios violentos y los delincuentes sexuales muestran unos niveles de testosterona más altos que el resto de los reclusos, así como del correspondiente grupo de control.
Sobre estas bases se pretendió establecer relaciones directas entre las agresiones violentas y la testosterona en cifras elevadas. Estas investigaciones sirvieron también para justificar unos datos que habían llamado la atención y eran difíciles de explicar sobre bases biológicas o antropológicas: los bajos porcentajes de criminalidad que presentaban las mujeres en relación con los hombres. Se presentó en estos estudios el diferente balance hormonal de las mujeres en las que predomina la progesterona, de efectos tranquilizantes. Así mismo, usando esos estudios se quiso introducir un tratamiento específico dirigido a este tipo de delincuentes que presentaba una base biológica hormonal; consistiendo en suministrar determinadas dosis de progesterona que trataba de inhibir la secreción de la hormona sexual masculina para eliminar o disminuir los niveles de agresividad. Al principio los resultados fueron positivos, pero a medio y largo plazo provocaron efectos secundarios perjudiciales de tipo físico y psíquico, tales como el desarrollo de caracteres sexuales propios del sexo femenino (engrandecimiento de los senos, disminución del vello, etc.), generando alteraciones psíquicas en estos sujetos, que repercutieron en comportamientos antisociales.
Estos estudios científicos sirvieron además para justificar la llamativa fluctuación en las cifras de criminalidad en la mujer y que se conectan con los desajustes hormonales producidos en el período menstrual, cuando disminuye la progesterona, provocando como consecuencia una mayor irritabilidad, inestabilidad y un comportamiento más agresivo.
Como casi siempre ocurre, una corriente nueva y distinta surge en ciertos momentos de la historia científica: a aquellos para quienes la herencia lo era todo y a aquellos para los que el ejemplo y la educación son las causas del comportamiento individual del ser humano, sea este de tipo criminal o normal, se unieron los eclécticos que consideran que el término medio es siempre el más acertado, por lo que creyeron que ambos factores, el congénito y el adquirido, podrían combinarse y dar lugar a la conducta antisocial o, en último extremo, al crimen. Esta era por ejemplo, la opinión del Dr. Court Stern, Profesor de Genética de la Universidad de Berkeley, California, el cual consideraba como probable respuesta la asociación de una alteración cromosómica con el medio ambiente en que desarrollaba su vida el individuo.
La polémica más moderna surgió a partir de un pequeño trabajo de Jacobs y col. (Nature, 1965), apoyándose en otro anterior de Court Brown (1962). Jacobs hizo un estudio, usando 197 pacientes de comportamiento peligroso, que se hallaban recluidos en el State Hospital de Lanarkshire (Escocia), encontrando 7 varones con un cromosoma XYY. Estos reclusos habían sido convictos en 92 ocasiones, pero sólo ocho por delitos contra las personas. Después, muchos estudiosos curiosos por los trabajos de Jacobs empezaron a estudiar este asunto e hicieron encuestas para averiguar el cariotipo de los individuos con conducta agresiva recluidos en cárceles y hospitales de máxima seguridad. En ese estudio buscan la existencia de un doble cromosoma Y, el característico del sexo masculino. Un varón normal tiene un sexo cromosómico XY, donde la X corresponde a la mitad de la cromatina de la célula materna y la Y a la mitad de la cromatina paterna. Pero en ciertas ocasiones y sin saber por qué razón, no se produce la disyunción, añadiéndose toda la cromatina sexual paterna YY, sin que ésta se haya dividido en dos mitades durante la fase de meiosis celular. Los investigadores del tema comenzaron a encontrar un elevado número de varones XYY entre los reclusos de penales y de los manicomios. La mayoría eran violentos, agresivos, peligrosos, de conducta criminal, o nada más que pobres subnormales.
Todo esto condujo a la idea que predomina en los años 60 de que el estudio del cariotipo podría permitir predecir las conductas violentas y el crimen. Y se plantea la gran interrogante: Un criminal con un cromosoma XYY ¿sería responsable de su conducta o bien podría considerarse la existencia de este cromosoma como una condición eximente o, al menos, atenuante de la culpa? Se plantea el problema de la imputabilidad o inimputabilidad en el delito.
En una mesa redonda celebrada en Ginebra en 1968, organizada por el profesor Rentchnik, donde participaron especialistas en la materia, para discutir sobre como afectaba la predisposición a la criminalidad en los delincuentes que muestran el síndrome del cromosoma "Y supernumerario", se llegó a la siguiente conclusión; "Si la personalidad del individuo portador de esta anomalía genética no está suficientemente estructurada, hay mucha mayor probabilidad de un abocamiento a la conducta antisocial e incluso a la criminalidad".
Por ello, científicamente, no se puede sostener la existencia de un "cromosoma del crimen". Por su parte, Miller en "The Lancet" (1975) sostuvo que: "Mejor que buscar una explicación genética para los problemas sociales, deberíamos atacar las condiciones y la estructura socioeconómica responsable de los problemas de conducta y de la mayoría de las dificultades que confronta nuestra sociedad".
A pesar de todo, hoy día crecen los estudios sobre el material genético y cada día se producen nuevos descubrimientos que se van añadiendo al conocimiento de los cromosomas y sus alteraciones. ¿Qué es los que nos depara el futuro en esta rama de la criminología? Seguro que cualquier día saldrán a la luz nuevas polémicas en tomo a este problema tan antiguo como la humanidad. El tema, afortunada o desgraciadamente, aun no está totalmente cerrado.

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